Supremo consejo grado 33°
del Rito Escoces Antiguo y Aceptado
para la Republica Argentina.
Supremo consejo grado 33°
del Rito Escoces Antiguo y Aceptado
para la Republica Argentina.
Canto al Humanismo Escocista
- Artifex additus artifici -
El pensamiento masónico, del cual un erróneo análisis superficial
podría limitarlo a una especie de sincretismo, es en realidad la
conciencia de una multiplicidad de visiones que pueden integrarse
entre sí y ser susceptibles a una armonía superior, una visión pr
ofunda y sin preconceptos que eleva a la francmasonería a una
dignidad y condición en la cultura occidental que se merece por
derecho. El concepto de “búsqueda de la Luz”, una de las
piedras angulares del pensamiento masónico, es un concepto típico
del neo platonismo humanista. Para los neoplatónicos, comprender la
verdad con los propios medios era imposible, la mente humana, de
hecho, es comparable a un ojo que necesita luz para ver. Este
pensamiento, por lo tanto, no puede ser identificado a granel como
el todo heterogéneo de opiniones y creencias, sino que se
caracteriza más bien por un ideal y una amplia gama de intereses
espirituales e intelectuales que cada persona puede entonces
combinar con una variedad de opiniones filosóficas, morales y ética
personal.
Estos valores y principios son los que plantea la filosofía
humanista del R.E.A.A., en particular asimilados en el pensamiento
de hombres como Giovanni Pico della Mirandola. Entre las muchas
obras que escribió durante su corta vida se destaca un breve texto,
de apenas siete páginas conocidas tras su muerte como “Oratio de
hominis dignitate”, aunque en realidad no era sino la
introducción que tenía pensada para el debate romano de sus 900
tesis en pleno auge de los “Studia Humanitatis”. Recurriendo
al Génesis, Pico abre su Discurso narrando cómo el hombre fue creado
por el supremo hacedor, un demiurgo que teniendo a mano el universo
de los arquetipos eternos va poniendo “orden al caos” y, a
la vez, creando todos los seres vivos. Cuando el demiurgo notó que
había agotado todos los modelos de que disponía para formar el
cosmos y aún no habiendo creado a un ser capaz de comprender su
inmensidad y dar razón de él, se vio necesitado de crear desde la
nada a aquel viviente, el ser humano. Y lo creó sin
condicionamientos, sin una naturaleza en la que fijarse, le dio un
aspecto propio, indefinido, incompleto, abierto a todas las
posibilidades, “condenándolo a ser demiurgo de si mismo”.
Pero fue con Petrarca, que vivió de 1304 a 1374, que el movimiento
humanista renacentista surgió en Italia. A partir de allí, conquistó
rápidamente toda la Europa cultivada, gracias a la invención de la
imprenta. Al principio se desarrolló un humanis mo cristiano en los
círculos religiosos con el fin de lograr una síntesis entre los e
scritos antiguos y la tradición escolástica. Luego en el siglo XVI
el humanismo se secularizó y asiste a la edad de oro con grandes
figuras como Erasmo, Tomás Moro, Rabelais o Guillaume Budé, entre
otros . Este humanis mo aboga por el retorno a las fuentes de los
antiguos países y busca recuperar la autenticidad del pensamiento
antiguo, perdido bajo las múltiples interpretaciones cristianas de
la Edad Media. Cultiva y promueve la aspiración a conocer las
posibilidades humanas, así como la reflexión del hombre sobre sí
mismo, según la inscripción en el frontis del templo de Delfos
“Conócete a ti mismo”. Se opone a todo lo que obstruye el
desarrollo de la mente y rechaza toda autoridad arbitraria. Sus
representantes lideran una triple batalla que afecta a la educación,
la religión y la política, ellos abogan por una educación liberal
caracterizada por el respeto a la personalidad y la ausencia de
adoctrinamiento. La política debe caracterizarse por el amor al
pueblo, y el deseo de equilibrio entre los poderes. Se niegan a
reconocer los dogmas de la Iglesia, pero no están en contra de la
religión.
Los filósofos de la Ilustración (Montesquieu, Diderot, d'Alembert,
Voltaire, Rousseau) serán los continuadores de los humanistas del
Renacimiento, ellos dieron origen a lo que llamamos la filosofía
moderna que desarrolló el humanis mo y que culmina en el siglo XVIII
con la Ilustración. Esta quiere entender el mundo y la vida a través
de la observación y la experimentación. Se niegan a creer sin
comprender. Usan sus habilidades de pensamiento crítico, cuestionan
todo. Para ellos, las capacidades creativas de la razón humana son
capaces de mejorar las condiciones de vida. Esa es la idea del
progreso. Iluminada por la razón y el conocimiento, quiere expulsar
la superstición basada en el miedo o la ignorancia. Esta filosofía
consiste esencialmente en una afirmación de la noción de libertad de
pensamiento, libre albedrío, independencia, tolerancia, apertura y
curiosidad. “Sapere aude” es su lema: ten el valor de usar
tu propio entendimiento. Fue en este momento que nació la moderna
francmasonería, en este movimiento de apertura y humanis mo
cristalizado por los filósofos de la iluminación. En este siglo,
filósofos y francmasonería persiguieron objetivos similares, la
misma búsqueda de los factores del progreso de la humanidad. Los
grados filosóficos ya formaban parte de la élite de la Sociedad, se
extendieron por toda Europa y contribuyeron fuertemente a difundir
las ideas y el espíritu de las reformas humanistas de la Ilustración
en lugares políticamente estratégicos. Los principios y enseñanzas
del R.E.A.A. concentraron todas las características de la filosofía
humanista, especialmente las del Siglo de las Luces, y el Escocismo
estaba en su sustancia:
Ya se trate de una partitura o de una alianza entre hombres, es siempre algo más lo que nos lleva a la búsqueda de un equilibrio. El arte, en todas sus manifestaciones, no estará ajeno a este movimiento de la Humanidad. Mozart con sus geniales crea ciones junto con sus esfuerzos y sacrificios por fraguar al músico-hombre sobre el músico-siervo de entonces, y pronto Beethoven y Schiller nos dirán en el himno de la Novena Sinfonía: “Alegría! Hermoso destello de los dioses, hija de Eliseo! Ebrios de entusiasmo estamos, diosa celestial en tu santuario. Tu hechizo une de nuevo lo que la acerba costumbre había separado, todos los hombres vuelven a ser hermanos, allí donde tu suave ala se posa”. Todos estos ideales que habitan en el corazón de la Masonería s e conservan vivos y presentes a lo largo del tiempo por la esperanza, muchas veces fundamentada por algunos logros palpables y tangibles, de la redención humana. Aquella que nos plantea Víctor Hugo en “Los Miserables”, esa luz que brilla aún en los abismos más oscuros y tenebrosos, esa posibilidad latente en el hombre de expandir aquello que llamamos Bien por sobre el error . El psicólogo y místico Maurice Nicoll ilumina desde su obra “El hombre nuevo” entendiendo a la idea del bien por encima de la verdad, y como igualador de los hombres. Dice el profesor: “Obrar debido a la comprensión del bien de lo que uno hace no puede producir ningún sentimiento de rivalidad o envidia. Ni puede crear sentimiento alguno en el sentido de que se deba esperar una recompensa, porque cualquier acción hecha por el bien mismo es su propia recompensa. Y obrar por la comprensión del bien de lo que uno hace, nada tiene que ver con la duración del servicio ni el periodo de tiempo, pues el Bien está por encima del tiempo ”. Lo que el maestro espeta se vinc ula íntimamente con la labor del masón escocista: Propagar como indica la parábola del buen samaritano el sentir puro que el humanis mo trae en su concepto propio. Como un manifiesto tatuado en la piel, el Maestro debe progresar en la sociedad amándose a sí mismo y desplegando acción sobre sus semejantes. Allí, esculpiendo s u arte con las herramientas aprehendidas, triunfa la virtud sobre el celo, la envidia o el error que perecen ante su órbita de luz; desfallecidas por el goce de quien bien obra y naturalmente vence. A lo largo del siglo XIX, la mayor parte de las ideologías filosóficas, religiosas, políticas y económicas han puesto de relieve su inadecuación, sus limitaciones y su fracaso. Se evidencia como necesaria una renovación del pensamiento espiritual y de la ética para enderezar la situación en la que se halla inmersa la Humanidad. Frente a una globalización esencialmente materialista que desestabiliza o desarraiga a los individuos, empobrece a ciertas naciones, pervierte o exacerba las relaciones internacionales, el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, tolerante, espiritualista y humanista, universalista y unificador, puede ofrecer a nuestros contemporáneos en busca de sentido y de perspectivas existenciales una vía de realización personal y colectiva. En todas partes, la Humanidad reclama con fuerza un renacimiento espiritual, una espiritualidad abierta al siglo XXI. Nuestro Rito Escocés Antiguo y Aceptado, por los valores que encarna, se inscribe en tal perspectiva:
Reflexionar sobre el sentido humanista del Rito
Escocés Antiguo y Aceptado es analizar su ontología, aplicabilidad y
proyección de su esencia en la Sociedad Contemporánea. Es difícil
encontrar un Rito en el que se armonice tan equilibradamente el
Espiritualis mo el Humanismo y la Libertad que son las tres columnas
que sostienen al Escocismo. Este Rito permite, una alianza de
hombres libres trabajando para el progreso espiritual, moral,
intelectual y material de la Humanidad. En consecuencia, la vocación
espiritual del Rito Escocés Antiguo y Aceptado lleva a un verdadero
humanismo filantrópico. Su espiritualidad no es una escapatoria de
la realidad, sino que emana de la búsqueda de lo que puede estar
tras lo aparente, de una búsqueda de la verdad, de una aspiración a
lo absoluto. Consiste en una vinculación con los valores tal como lo
manifestara Max Weber, al tratar el plano axiológico-normativo (las
normas con arreglo a valores) que tienden hacia lo infinito, lo
sagrado; es la vida interior, la marcha personal hacia lo Bello, lo
Bueno, lo Verdadero. Tiene la misma naturaleza que la búsqueda de la
Palabra perdida. En el mundo contemporáneo, si el R.E.A.A. tiene un
papel insustituible es por ser un sistema iniciático que trabaja
glorificando un Principio trascendente. Sin ser una oración ni un
acto de fe, transforma el templo en un espacio sagrado donde no
existe lo temporal y les sitúa en estado de receptividad interior.
La invocación del Gran Arquitecto del Universo eleva sus ceremonias
hacia lo que está más allá de lo humano.
Si el hombre del siglo XXI quiere salvarse del caos material y
espiritual q ue le amenaza, tiene que saber encontrar el carácter
sagrado de su ser, para reconquistar su existencia. Atrevámonos a
decir juntos que el futuro pertenece al Escocismo, porque sirve para
formar a hombres de conocimiento impregnados de espiritualidad y de
humanis mo, para los cuales justicia, equidad, respeto y amor al
otro vienen a completar y enriquecer los valores de lo innato y de
lo adquirido, hombres que se esfuerzan por entender, más que por
convencer, y debe tener una única exigencia que se antoja
imprescindible: la apertura hacia adentro y hacia fuera. Exigencia
ésta que será precisa como la mejor solución para contribuir a hacer
avanzar la reflexión, y las respuestas, en torno a la encrucijada
social que nos ha tocado vivir. Como decía Séneca , la sociedad no
es una muche dumbre congregada de cualquier modo, sino un conjunto
de hombres vinc ulados por el respeto a la Justicia y la búsqueda
del provecho común. Debemos seguir practicando el verdadero
humanismo: ser el centro de la Unión reuniendo lo que está dis
perso.
Quizás algunos puedan acusar este humanis mo de relativismo extremo,
pero si la alternativa propuesta es el oscurantismo disfrazado de
absolutismo, la hipótesis de una multiplicidad de visiones es mucho
más apreciable que el sofocante silencio de un museo donde todas las
salas están cerradas para que el visitante contemple sólo una obra
determinada. Por el contrario, “en el museo del humanismo
escocista, cada obra tiene igual dignidad, en la medida en que,
cada grado de su escala, enriquece su forma y su contenido.
Ninguna Mona Lisa se exhibirá nunca más que al lado y con el mismo
respeto que cualquier otra pintura, de modo que son siempre y sólo
los visitantes, con su inteligencia y sensibilidad, los que más
morarán frente a las obras maestras que más perentoriamente
provocan sus reacciones”.