Qué es un rito? - dijo el Principito.
- Es algo también
demasiado olvidado - dijo el zorro.
- Es lo que hace que un día
sea diferente de los otros días,
una hora de las otras horas.
Mis cazadores, por ejemplo, tienen un rito.
El jueves
bailan con las jóvenes del pueblo.
¡Entonces el
jueves es un día maravilloso!
Me voy a pasear hasta la viña.
Si los cazadores bailaran en cualquier momento,
todos los días
se parecerían y yo no tendría vacaciones.
Antoine
de Saint-Exupéry
Soy huérfana. Mi Padre: el gran
Pablo Schvartzman falleció hace casi un año, el 21 de enero
de 2021 a días de cumplir 94 años, víctima de una
miastenia diagnosticada un año antes. Podría llenar páginas
contando la gran personalidad que fue en vida: un destacado Numismático,
Coleccionista, Historiador, Escritor, Poeta, que dejó una multifacética
obra, compuesta por 18 libros de Poesía, 8 de Ensayo, 13 de
Anecdotarios históricos, Cuentos y Relatos, 4 títulos de
Numismática y que figura en variedad de Enciclopedias y Obras de
Consulta regionales e internacionales. Poblar hojas y hojas contando sobre
lo que mi amado Padre legó a la comunidad cultural, desde que llegó
al mundo el 27 de enero de 1927, como el menor de toda la ucraniana
familia y el primer argentino nativo. Un prematuro numismático
(siempre me contaba que aprendió solo y de muy pequeño a
leer intentando descifrar las monedas que ya juntaba) y precoz periodista:
apenas adolescente ya era el Corresponsal del diario entrerriano "El
Tiempo" y años después, muy joven editó su
propio periódico "Ha-Or" ("La Luz" en hebreo)
fue colaborador activo con otros periódicos, radios, enciclopedias,
publicaciones de divulgación numismáticas, judías y
masónicas. Pasiones que lo erigieron en amigo de personalidades muy
importantes en la cultura de toda la región y como miembro de la
Asociación Numismática Argentina fue nombrado "Decano
de los delegados de toda Argentina" y condecorado con el Cordón
Académico al Mérito Numismático. Fue miembro del
Instituto Amigos del Libro Argentino y de la Academia Literaria y Científica
Casa do Poeta de Portugal. El gobernador de Entre Ríos, Bordet,
despidió a mi Padre con estas palabras: "Vamos a extrañar
en nuestra provincia a Pablo Schvartzman, un gran ser humano que en el
terreno de la historia, la literatura, el periodismo y la investigación,
dejó profundas huellas de creatividad y compromiso". Todo
ello es leíble y googleable. Yo necesito poner en palabras lo que
en realidad lo ocupaba: legarnos a las nuevas generaciones una infinidad
de preceptos de rectitud y honorabilidad - universales, pero basados en
las pasiones que lo habitaban: su condición de judío, masón
e izquierdista democrático - como de conservación de ritos
de un mundo que parece que se ha muerto con Él.
Los
ritos son necesarios
Toda cultura tiene sus rituales para
enfrentar la muerte y el período de duelo a su propia manera. Para
el judaísmo el duelo tiene un enfoque estructurado en tres etapas,
como guía antiquísima para intentar sobrellevar la trágica
pérdida, el dolor y gradualmente ayudarnos a regresar al mundo. El
proceso del duelo no es sencillo y la costumbre judía provee una
estructura instaurada para sentir la separación del mundo exterior,
favorecer la introspección y gradualmente llevarnos de regreso a la
sociedad. En la comprensión de que la persona que somos ahora es el
resultado del ser amado que hemos perdido. Los elementos de nuestro carácter,
nuestros actos y valores son resultado de esa alma especial y la
experiencia de la pérdida. Primera etapa: la Shivá:
proviene de la palabra sheva (siete, en hebreo) - en el judaísmo el
número siete es muy significativo - y da origen a una semana de
duelo intenso, un momento profundamente personal de reflexión, en
el cual aceptamos la pérdida y el dolor y contemplamos las
dimensiones espirituales internas de la vida. Desde el momento de la
muerte hasta la conclusión del funeral, el foco y la preocupación
principal es el cuidado de la persona fallecida antes del entierro, las
palabras que se dirán y quiénes lo harán, el entierro
mismo, todo debe obligatoriamente ser en honor de quien falleció y
no para consolar a los demás. La Vela de recuerdo:
para el judaísmo el alma de la persona se compara con una llama,
porque cada persona trae su propia luz al mundo y es capaz de pasar su luz
a otras velas sin disminuir la llama original, como sabia metáfora
de que cada persona puede tocar muchas vidas, encender muchas luces sin
apagarse a sí mismo ni a la otredad. Espejos: en la
casa de shivá se cubren los espejos con telas para que quien está
doliendo recuerde la importancia de dejar de lado toda vanidad y
concentrarse en la introspección. El duelo judío es
solitario y silencioso y la metáfora de cubrir los espejos
simboliza este alejamiento temporal del escrutinio de la sociedad. La
persona en duelo durante esa terrible semana debe evitar todo aquello que
lleve a enfocarse en comodidad ni vanidad alguna. Rezos:
los servicios de rezos se efectúan en la casa de shivá, no
en la Sinagoga. Para que quien está doliendo no tenga que salir de
la casa van los servicios a ella, pero además contiene la
profundidad de que el centro de la vida judía es el hogar. Segunda
etapa: los shloshim. Los primeros 30 días después
del entierro (incluyendo la shivá) se llaman shloshim ("treinta"en
hebreo). Y en estos, la mayoría de las restricciones que se aplican
durante el período de 7 días de la shivá ahora no
rigen. Durante los siguientes 23 días, se puede salir de la casa y
volver a trabajar, pero no se debe salir de recreación , fiestas,
etc. Es decir, se continúa de luto pero se vuelve a la vida
cotidiana gradualmente, como recordatorio que este es un proceso que todavía
no ha concluido. ¿Por qué 30 días? El calendario judío
está marcado por el tiempo lunar y el período de 30 días
de duelo es una oportunidad para completar emocionalmente un ciclo, para
ser capaz de regresar a la vida cotidiana. La shivá es el período
más oscuro de todos, pero los shloshim son una etapa también
difícil. Tercera etapa: el año de duelo.
Este período de 12 meses es para quien ha perdido a uno de sus
padres. Para el judaísmo, como para la psicología y la
espiritualidad, la conexión con nuestros padres es la relación
esencial que nos define como personas. Por lo tanto, la pérdida de
un padre requiere un período mayor de ajuste, un duelo más
extenso donde el judaísmo reconoce que la pérdida de esa
relación tiene profundas ramificaciones espirituales. Remembranza
anual: Izkor. Izkor significa "recuerdo". El
Talmud compara el recordar más la fecha de muerte que de
nacimiento, con un barco, enseñando que se debe celebrar más
la fecha de cómo concluye el viaje que el cómo se inicia,
que si bien el día del nacimiento puede representar el potencial
para la vida, el día del fallecimiento es el que marca quién
llegamos a ser, el recordatorio debe ser sobre lo que fue capaz de lograr
en su vida, celebrar sus logros y enseñanzas.
El
duelo masónico: la muerte en la Masonería constituye un
momento trascendental no sólo para quien falleció sino para
todo su entorno. Se considera un cambio de estado de la materia para
trascender a otro plano de existencia y que perecer no siempre significa
dejar de existir. El masón aprende que las ideas trascienden a las épocas,
que si el hombre es virtuoso, estimado y realizó enormes obras en
bien del prójimo entonces nunca morirá. Se trata de
trascender, de que nuestras ideas y nuestras obras vayan por el mundo
dejando rastro; pensar que nuestro pensamiento es eterno y que conocemos
una de las maneras más bellas de alcanzar la inmortalidad, a través
del recuerdo del bien que legamos a nuestros semejantes. Tenida fúnebre:
cuando un masón llega al final de su vida material entra al mundo
de las ideas, y se hace acreedor a un derecho y un honor: la tenida fúnebre.
Una ceremonia que se ha transformado a lo largo de las épocas y de
la cual hay formas diversas de realizarla. Desde ceremonias en la
intimidad de la Logia, hasta ceremonias públicas y las que
contienen ambas partes, una pública y otra cerrada. En cualquiera
de sus versiones son ceremonias fúnebres para despedir al Hermano
que está en su camino hacia el Gran Arquitecto, en las
cuales se pregunta a los presentes si alguien tiene algo que reclamarle al
cuerpo sin vida, se responde, se concilia para lograr que viaje en paz y
recién ahí se le rinden los altos honores que correspondan.
Al finalizar la ceremonia se depositan cientos de flores blancas en señal
de despedida armónica y en paz.
Mi duelo: la
muerte es un concepto general que adquiere matices individuales. La muerte
repentina no sólo es consecuencia de un accidente o un suicidio,
también de un diagnóstico de enfermedad con desenlace
inminente. Y cada duelo es único, como cada persona es diferente,
como cada relación padre e hijo es diferente. Yo crecí
sabiendo que este día llegaría. Papá me enseñó
a no temer a la muerte. Desde que tengo memoria, me llevaba a todo velorio
o entierro en el pueblo, como íbamos los domingos en moto al
cementerio a cuidar las tumbas de nuestros queridos. Sanidad de entender a
la muerte como parte ineludible del viaje de la vida, que le agradezco y
mucho. Me tuvo "grande" para la época, nací cuando
Papá tenía 45 años, el doble que los padres de mis
amigas. Para sosegar mi niñez preocupada por su edad él me
prometía "voy a vivir hasta los 100". Casi que me
cumplió. Me malcrió. Hermosamente me malcrió Papá.
Me exorcizaba mi eterno odio a las mañanas (nocturna desde que nací)
y despertándome cada día mucho antes que a mis hermanos,
iniciaba el ritual: me vestía, me llevaba a correr en moto, luego
bailábamos abrazados y recién ahí, cuando lograba que
yo sonría, venían el desayuno familiar y la ida a la
Escuela. Me enseñó la importancia de los rituales muchísimos
años antes que mis docentes de Antropología. Y el problema
es que no tuve ningún ritual de los necesarios. Por la coyuntura
pandémica no pude estar con él en sus últimos días
(ruegos infinitos, hasta Carta el Presidente, que se viralizó en
redes y periódicos). No llegué. No tuve velatorio, no tengo
una tumba a la que cuidar. Nadie nos dio a mí o a mi hija la
oportunidad de decir ni escribir unas palabras. No olí su ropa, no
sé ni quién se quedó el pijama hermoso que le envíe
para su internación, en la encomienda más cara del mundo; no
me asombré al revisar sus papeles; no abracé cada uno de los
regalos tan pensados que le hacía y él amaba; no recorrí
sus fotos. No pude lograr cantarle "Moi kostyor" (mi fogata,
nuestra canción ucraniana que amábamos y que intenté
cantarle por teléfono a la habitación de la Clínica y
no me lo permitieron). Nada. No tengo ni un símbolo de los que
aconsejan los Terapeutas para pasar este duelo, como no tuve ningún
ritual de despedida, tan imprescindible según amigos y amigas de la
Psicología, para vivir lo ocurrido, llorar la ausencia y continuar
el camino. La nada misma. El peso de la tristeza que me habita hace un año
es tan intenso que me afectó literalmente el corazón y la
salud. Como bien decía mi querido amigo Galeano "no es de
extrañar que se me haya roto el corazón de tanto usarlo".
Honestamente, no sé qué hubiera sido de mí este año
sin la incondicionalidad de mis incondicionales y permítanme
nombrarlos: mi hija (su nieta favorita), mi marido (a quien amaba más
quizás que a un hijo), a nuestro amigo uruguayo Fabián W.
que rezó durante un mes por el alma de mi Padre, a mi hermano mayor
que tuvo la horrorosa tarea de comunicarme la situación y que me
contiene cotidianamente, a toda mi hermosa familia elegida, amigos y
amigas, y a mis "Tíos Masones". Dicen también mis
psicólogos amigos que en una situación así, tu propio
corazón te indica con qué personas estar. Lo cumplí a
rajatabla, aunque también es verdad que quedé llena de
cicatrices por quienes debieron estar y no lo hicieron. Un año.
Doce meses me llevó poder poner algo al respecto en palabras. Soy
su más parecida, a la que le heredó sus pasiones, sus ritos
y sus excentricidades. Y su memoria. Me siento honrada de ser tan igual a
él. Pero duelo intensamente. Sí. Duelo la muerte de mi amado
Padre con la misma intensidad que viví el nacimiento de mi hija,
mis historias humanas entrelazadas por el amor, el respeto, el asombro; el
dar vida con la mayor felicidad que experimenté y el ser huérfana
con la mayor tristeza de mi vida. Mi vida, la vida que sigo honrando más
que viviendo, pero con una mochila de desconsuelo que desconocía y
ahora cargo en esta doliente espalda, aprendiendo a ser más fuerte
aún ante la adversidad, escuchando cada noche el último
audio de Papá"hija, el corazón me hace toc- toc de
orgullo por vos", con la conciencia tranquila de lo que fui en
vida con Él, de lo que fueron con Él mi hija y mi marido,
llenándole de flores blancas y frescas de mi jardín esta
foto que acá comparto, la que domina mi hogar. Su foto favorita que
yo le saqué cuando celebró los 90. Con sus Condecoraciones
Masónicas, su Cordón al Mérito Numismático y
la corbata que se puso a mi pedido, la verde y dorada - mi favorita - que
quien sabe dónde ahora estará.
Pablo Schvartzman
1927 - 2021
Ciudadano Ilustre de
Concepción del Uruguay
Escritor, Historiador, Poeta,
Coleccionista
y Numismático
Judíos
en América
En la foto, Pablo en el día
de su 90º cumpleaños, con el traje de su casamiento con Celia
(1955) luciendo la medalla de la Logia Jorge Washington (cinta roja) y el
Cordón Académico al Mérito Numismático junto a
otras distinciones masónicas. Imagen eligida por Pablo para
ilustrar la contratapa de su último libro: "Romances de los 90",
editado por la Cooperativa El Miércoles en enero de 2019.