Supremo consejo grado 33°
del Rito Escoces Antiguo y Aceptado
para la Republica Argentina.
Supremo consejo grado 33°
del Rito Escoces Antiguo y Aceptado
para la Republica Argentina.
	Justicia y venganza
Todos sabemos que no es lo mismo el derecho positivo que la Justicia o 
      para decirlo de otro modo  no es lo mismo que una conducta o forma
      de actuar sea legal para considerarla Justa; y también sabemos que
      la Masonería considera a la Justicia como la primera de las
      virtudes. El Masón, para ser digno de ese nombre debe ser recto,
      equitativo y admirador de la justicia. También la encontramos
      representada a cada momento en nuestras herramientas. El compás, el
      nivel, la escuadra, la plomada nos hablan de la justicia y nos recuerdan
      que debemos ser justos y perfectos en nuestros trabajos, es decir en
      nuestras acciones y nuestra vida. Podemos también encontrarla en la
      columna J, junto a la otra columna B, que podría representar la
      Bondad. En definitiva, todo en el simbolismo masónico deriva en
      hacernos recordar el valor de la justicia, e incluso cuando se pierde un
      Maestro sabemos que lo encontraremos bajo la escuadra y el compás.
      Pero en esta columna quiero hablar de la Justicia de una forma general a
      partir de la especial situación que estamos viviendo, en donde el
      Poder Ejecutivo Nacional ha avanzado discrecionalmente y cercenado
      nuestros derechos mas elementales, sin que los mecanismos y los otros dos
      poderes republicanos que deberían garantizar un equilibrio adecuado
      de poder actúen en consecuencia; en donde en los últimos días
      se ha liberado masivamente a personas encarceladas con condenas firmes sin
      siquiera escuchar a sus víctimas como la ley ordena; en donde gran
      parte de la población no encuentra ninguna clase de recompensa al
      esfuerzo personal, a cumplir las normas, a estudiar o a trabajar, pues
      pareciera que en nuestro país se castiga al que muestra alguna señal
      de progreso material y como cara de la misma moneda se beneficia a quien
      realiza lo contrario, siempre con los recursos que el gobierno se ha
      apropiado de los primeros; se encarcela o se le confiscan bienes sin
      proceso previo a personas decentes que sin representar peligro alguno de
      contagio han salido de sus hogares; y un sinnúmero de otras prácticas
      nocivas que nuestra sociedad ha ido aceptando mansamente y asimilando como
      normales en poco tiempo, todo en miras a un noble fin y esgrimiendo el
      interés general; pero sin reparar en los medios. 
 Hemos
      sido y somos uno de los pocos países democráticos del mundo
      que ha dejado de lado el Estado de Derecho y olvidado los límites
      constitucionales al ejercicio del poder como uno de los medios para hacer
      frente a la pandemia que nos azota. Esto es un hecho, y no es intención
      hacer de ello una valoración política o ideológica;
      sino hacer un ejercicio reflexivo para comprender que el fin no justifica
      los medios, pues ello termina siendo una muestra de injusticia. 
      Nos asombramos a veces al leer o escuchar que frente a todo este cúmulo
      de situaciones muchos argentinos creen que la venganza es un remedio, E
      incluso justa. En momentos de odio, las personas tienden a creen que la
      justicia consiste en responder un mal con otro mal. Quizá no el
      mismo mal que la otra persona nos hizo, pero sí un mal. Pero lo
      propio de la justicia es el bien, no el mal. Lo propio de la venganza, en
      cambio, sí es el mal. Hay, pues, una diferencia abismal entre las
      dos. Pero la confusión no es un mero asunto filosófico o
      conceptual: si nuestra idea compartida de justicia está equivocada
      no podremos vivir bien nunca. El problema es de una gravedad tremenda.
      
 Saciar la sed de venganza fue la base que inspiró a la
      ley del talión y al Código de Hamurabi que todos conocemos;
      y era la que regía para muchas sociedades hace casi tres mil años
      atrás cuando Salomón gobernaba a las unificadas tribus
      semitas; pero que pese a sus numerosos errores fue recordado por su
      magnanimidad y sentido de justicia. Este impulso mas primitivo o natural
      si se quiere estaba destinado a saciar la sed de venganza de la víctima,
      pero no traía paz, sino que engendraba mas violencia. Y todos
      sabemos que sin paz no hay progreso posible. 
 Veamos con más
      cuidado la diferencia entre la justicia y la venganza. Baste definir
      brevemente una y otra para que quede claro qué las separa.
      Empecemos por la justicia. Mucha gente cree que la justicia consiste en
      darle a cada uno lo que es suyo, parafraseando a Ulpiano. Evidentemente
      eso significa que la justicia tiene que ser proporcional: lo que le
      corresponde a cada quien depende de lo que esa persona haga y merezca.
      Hasta aquí la mayoría no encontraría muchos problemas
      y para algunos esa idea se equipara más con el concepto de equidad.
      Pero la justicia desde un punto de vista general o social no es una mera fórmula
      matemática: la justicia también consiste en darle lo mejor a
      cada quien. No hay otra opción lógica, pues la justicia es
      un bien y el bien supone dar lo mejor. ¿Qué otro propósito
      esencial podría tener la justicia aparte de hacerle un bien a todos
      los que la reciben? El problema está en definir qué es lo
      mejor para cada quien. Hay un bien general del que todos participamos: la
      plenitud proporcionada. Plenitud proporcionada podría significar
      contrariedad y diversidad, pero siempre en proporciones correctas. Por
      ejemplo, un hombre virtuoso une en sí mismo la modestia y la
      firmeza de carácter. Allí están la contrariedad y la
      diversidad bien proporcionadas. Un hombre malo, por el contrario, une en sí
      mismo cualidades desordenadas y fuera de proporción; que se puede
      traducir en una inteligencia considerable y al mismo tiempo una ausencia
      de empatía o de sentido moral. También puede consistir en
      que alguien posea una desmedida ambición que no está
      limitada por el bien del otro. 
 La justicia, pues, debe lograr
      que la comunidad política encuentre su plenitud, es decir, que los
      rasgos contrarios y diversos se encuentren en sus proporciones correctas.
      La comunidad política debe ser diversa porque cuenta necesariamente
      con individuos que son radicalmente diferentes los unos de los otros, pero
      debe encontrar una manera de reconciliarlos de modo que cada uno haga lo
      que es mejor para sí y para todos. En eso consiste vivir en paz,
      que es uno de los fines primordiales de la justicia institucionalizada.
      
 Ahora bien, ¿Cómo conseguir aquella buena proporción
      si la comunidad está desproporcionada? Un gobernante malo destruiría
      a los malos ciudadanos; un gobernante menos malo les permitiría
      vivir, pero intentaría persuadirlos de que se vuelvan buenos. Y el
      gobernante virtuoso reconciliaría a todos los ciudadanos en lo
      bueno. Pero cada comunidad política, dependiendo de sus
      circunstancias, tiene maneras distintas de adaptarse a los principios
      generales aquí enunciados. 
 En efecto, todas las
      sociedades deben regirse bajo el principio de la plenitud y la proporción,
      pero cada una debe hacerlo de acuerdo a sus circunstancias históricas
      y culturales. Para que se me entienda mejor: creo que la plenitud humana
      se alcanza por medio de la libertad y la ley. Eso distingue al ser humano
      del animal. La plenitud del perro se alcanza por medio de una doble
      obediencia a su amo y al instinto. Dependiendo de su contexto y de su
      naturaleza cada ser ajusta al bien de manera distinta. Por eso, para
      comprender el bien de nuestra sociedad no bastan las abstracciones, sino
      que debemos entender las necesidades particulares de ella. Las necesidades
      de Argentina son distintas de las de Noruega, aunque ambas deban encontrar
      la plenitud y la proporción. 
 La justicia debe participar
      de la plenitud proporcionada puesto que la justicia necesariamente
      participa del bien. Una justicia auténtica da como resultado una
      sociedad diversa y con ideas contrarias, puesto que eso se ajusta a lo
      bueno, pero dicha diversidad siempre está bien proporcionada. Caben
      todas las ideas, excepto las ideas que destruyan la comunidad política
      misma. Por ejemplo, no caben ideas que justifiquen el asesinato o el
      maltrato de otros por su manera de pensar o por su manera de actuar. Pero
      la proporción también es un asunto económico: una
      sociedad totalmente desigual no es una sociedad que se ajuste al bien,
      puesto que está tan desequilibrada como el hombre malo. La
      desigualdad muy grande corrompe tanto al rico como al pobre, puesto que la
      plenitud buena (entendida como la contrariedad y la diversidad
      proporcionadas) se sustituye por la mala o desproporcionadas). Lo que debe
      haber en una sociedad buena es la igualdad geométrica: es decir, la
      igualdad que le da a cada quien según sus aportes y virtudes (en
      eso consiste el aspecto geométrico o equitativo), pero partiendo de
      unos mínimos básicos para todos (en eso consiste el aspecto
      igualitario). La venganza, por otra parte, funciona de acuerdo al
      principio de lo peor. Lo peor es desorden, es contrariedad y diversidad
      desproporcionada, es indiferencia frente a lo mejor, y esto es lo que me
      preocupa de nuestra sociedad. 
 Cuando nos queremos vengar de
      alguien le deseamos lo peor: es decir, deseamos que viva una vida
      desdichada de sufrimientos y desequilibrios. Pero la venganza no solo daña
      a quien la recibe sino también a quien la ejecuta: la persona
      vengativa invariablemente se acostumbra a la venganza y la ve con buenos
      ojos. Y eso es lo que ha pasado o pasa a determinados sectores de la
      sociedad Argentina: están tan cegados por el resentimiento o por el
      desprecio al que piensa diferente que sienten como legítima a la
      venganza. 
 El reto es muy grande, porque la justicia verdadera
      nos exige hacerle lo mejor a quien incluso nos ha hecho daño. La
      justicia implica nobleza de alma. Pero obviamente lo mejor no debe
      entenderse aquí en el sentido trivial de riquezas y privilegios. Ya
      sabemos que el bien es otra cosa. El bien que debemos perseguir
      activamente es el de hacer que las almas de nuestros victimarios dejen de
      funcionar de acuerdo a la contrariedad y la diversidad desproporcionadas.
      
 Lo explicado aquí no es idealista de modo alguno: es que
      así funcionan las cosas en la realidad. Es claro que no basta
      querer una Argentina en paz si activamente no buscamos cambiar las normas
      de lo socialmente aceptado para llevarlas hacia lo mejor. Y para eso es
      preciso entender lo que significa el bien, lo que significa la justicia. Y
      es preciso entender también que con la venganza no vivimos bien.
      Necesitamos una vida más justa, más buena. ¿Para qué
      tenemos una sociedad donde casi todo el mundo vive mal? ¿Cuál
      es el propósito de eso? 
 Para reconciliarnos y vivir
      mejor no debemos hacer como si nada hubiese pasado, sino que debemos
      reconocer y aceptar nuestra historia sin beneficio de inventario para
      aprender de los errores y mejorar nuestras reglas sociales (sobre todo las
      no escritas) y coincidir en un proyecto de vida en común como
      sociedad edificado sobre el entendimiento de lo que consideramos justo o
      injusto. En vez hacerle el mal a nuestro vecino para equilibrar las cargas
      de lo malo, pongamos reglas para que el otro sea menos capaz de hacer el
      mal. En efecto, la plenitud y la proporción no solo se alcanzan por
      medio de la reforma moral de los individuos, sino por medio de las
      instituciones (las reglas de juego) que los individuos deben obedecer. Es
      más: la una es casi imposible sin la otra: una sociedad con malas
      instituciones difícilmente tendrá individuos virtuosos.
      
 Aunque quizá debemos cambiar primero una de las normas
      no escritas más nocivas de nuestro país: que nada puede
      cambiar y estamos condenados a ser como somos. 
 El primero de
      mayo recordábamos que se conmemora un aniversario mas de la
      institucionalización de nuestro país con la sanción
      de la Constitución Nacional; en cuyo proceso participaron y hasta
      dieron su vida para que esto sea posible muchos miembros de la Masonería
      y no pocos Hermanos de nuestra Logia Washington de Concepción del
      Uruguay, quienes tuvieron un rol protagónico y definitorio; y es
      por eso que debemos preguntarnos si este era el país que ellos soñaban
      y que muchas generaciones de argentinos pudieron disfrutar y si no es hora
      de que volvamos a pensar de verdad el país que queremos, pues está
      claro que les estamos dejando a nuestros hijos un peor país del que
      nuestros padres nos dejaron a nosotros.